Si algo es difícil al realizar una obra de arte, es que esa obra muestre su “alma”. Una obra de arte puede ser perfecta, técnicamente hablando, pero carecer de “alma”. Cuando esto sucede, la obra es fría, perfecta pero gélida. Podrá ser elegante, glamourosa, pero no conmoverá, por lo menos a mí así me sucede. Puedo encontrarme delante de la perfección, pero si esa obra no me mueve y no me transmite calidez, no me interesa demasiado.
La obra de Lempicka, personalmente, me resulta fría, aunque reconozco que dominó la técnica y más aún, fue lo suficientemente inteligente como para crear un estilo inconfundible, perfecta expresión del art-deco y fiel representante del mundo de riqueza y de glamour de dónde ella procedía y en donde más a gusto se sentía.
UNA MUCHACHA DE VERDE 1927
Tamara de Lempicka, nacida como Tamara Gorska en 1898 en una familia de la alta burguesía de Varsovia, para los 25 años ya tenía la firme voluntad de no aburrirse en la vida. Y una premisa que iba a ser fundamental para su obra, y que decía así:
“Mi objetivo, no copiar nunca. Crear un nuevo estilo, claro, de colores luminosos y perseguir la elegancia”.
Casada con Tadeusz de Limpicki, durante la revolución rusa huyeron a Copenhague, vía Finlandia y se instalan finalmente en París. Es allí donde da a luz a su única hija, Kizette, y es allí también dónde decide ser pintora.
Estudia cerca de Maurice Denis y André Lhote. El primero había formado parte del grupo de los “nabis”, al que también perteneció Gaugin. Es él el que le enseña a simplificar los colores y las formas para delinear claramente el sujeto. De él aprende también a formar esa paleta tan característica de su pintura. André Lhote, le enseña como se puede asociar el carácter decorativo y las experiencias vanguardistas de un Branque o de Juan Gris. Lo que posiblemente no pudo aprender, puesto que eso no se aprende sino que va innato en una artista, fue a transmitir calidez con sus pinceles, a pesar de dominar con maestría una paleta viva y colorista.
Lo que va a distinguir a Tamara de Lempicka de los otros pintores Art-deco de moda, es la elección de sus sujetos. Pintaba a sus amigos y a los amigos de estos, trabajando sobre los planos y los reflejos de luz. Se convierte en la retratista distante cuyo lenguaje privilegiaba los colores, esos que tan bien manejaba.
Algunas de sus obras poseen una cualidad de caricatura que ilustran la época de manera muy acertada. Fija con fuerza en el lienzo las poses seductoras de sus modelos. Su glamour y sus cuadros eran helados. Ella decía:
“ Un cuadro debe de ser claro y limpio”. He sido la primera mujer en pintar limpiamente”.
En los años 20 hizo conocer el fenómeno de la mujer pintora como una estrella con glamour.
KIZETTE EN EL BALCON
El cuadro de su hija “Kizette en el balcón” en 1927, le supone su primera distinción importante. Ha conseguido el éxito que esperaba. Ese mismo año se divorcia de Tadeusz Lempicki. Realiza el retrato de Raoul Kuffner, barón húgaro, gran coleccionista de arte con el que se casa en
Fue la retratista de cientos de familias americanas. Pintaba jóvenes sensuales y su apartamento-taller, que hizo decorar con estilo Art-deco, fue el teatro donde ella ponía en escena su vida y donde ella creaba su arte. Ningún detalle se dejaba al azar y sus iniciales adornaban hasta los sillones. Su ropa, sus fiestas nocturnas, su vida mundana eran legendarias.
Amaba el mundo del arte tanto como la alta sociedad. A Tamara no le interesaba más que las gentes que ella llamaba las mejores: los ricos, los poderosos, los bien situados. Todo lo que era burguesía o mediocre, lo evitaba. Ganó una fortuna gracias a sus creaciones, fortuna que invirtió en vestidos extravagantes, innumerables sombreros, fiestas y coches de lujo en los que le gustaba retratarse como vemos en el famoso Autorretrato en el Bugatti, que se ha convertido en uno de sus cuadros más célebres.
AUTORRETRATO EN BUGATTI VERDE 1925
Se convirtió, en el prototipo de la mujer moderna que había conquistado su independencia personal, como si fuera un precedente del moderno feminismo. Sin embargo, su vida era más bien la de una burguesa caprichosa, una. mujer contradictoria, amante del gran mundo, con una gran aversión al comunismo, medio polaca y medio rusa, apasionada por la modernidad, por los rascacielos y los coches.
Algunos de los cuadros de Tamara de Lempicka le otorgan el título de pintora "icono del art-deco".
Pese a muchos cuadros carentes de interés, algunos de sus retratos y de sus desnudos siguen atrayéndonos, tal vez porque son reflejo de una pintura fuerte, atrevida y diferente. Los personajes retratados parecen estar en ausencia total, y desvinculados del espectador. Son algo así como figuras frías y distantes que se dejan admirar.
Hoy en día todavía sus autorretratos se reproducen en los manuales escolares o en postales.
El 18 de marzo de 1980, Tamara de Lempicka muere en Cuernavaca (México). Su hija Kizette, complaciendo el sueño de su madre, tira sus cenizas en el cráter del Popocatépetl
TAMARA
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Fuentes consultadas:
Femmes ARtistes du XXe. Et XXIe.Siécle (Ed.Uta Grosenick)
Arte del Siglo XX Varios Autores (Ed. Taschen)
Archivo propio.
Fotografías: las mismas