Mi última visita a México sigue causando nuevas preocupaciones sobre como encarar el diálogo entre la comunidad que recibirá o que promueve la realización de un mural.
Allá por 1989 notamos, junto a mi ex compañero de ruta Cianciolo, que cuando uno lleva una problemática social al la representación visual conlleva un procesamiento intelectual y emocional que no es necesariamente común al cuerpo social donde se realiza la obra. O sea, cuando el diálogo entre imagen y espectador no contiene la claridad discursiva del significado, fundamentalmente del espectador, éste es pasible de que entienda lo que se le antoja.
Aquí viene una serie de reflexiones, justificaciones, cambios y reafirmaciones sobre la función social de muralismo, sobre la independencia del lenguaje visual, sobre el imaginario colectivo y sobre la progresión estética propia de cada artista. Pasaron veinte años de declararme admirador del muralismo mexicano de la revolución pero profundamente enamorado de mi tierra del sur. De ahí la incesante búsqueda de referentes en nuestras latitudes que me ayuden a desentrañar mi Norte (como diría J.Torres García),y escudriñar el trasfondo del muralismo mexicano a través de Orozco y Chavez Morado.
Por supuesto que no lo he logrado completamente aún, pero haber compartido charlas con mis amigos mexicanos y conocer la última obra de Cauduro en el Palacio de Justicia me hacen avanzar nuevamente sobre un terreno que pensé no volvería: El lenguaje político.
Estaba convencido de que ya no era necesario retomar la retórica política tan fervientemente como en otras épocas. Pero me equivoqué nuevamente.
Hay situaciones en que la poética erudita estorba, la metáfora rebuscada sobra.
Solo lo concreto, lo evidente, lo contundente de la imagen logra ese diálogo inequívoco con el espectador. Estas situaciones son coyunturales o extremas (como la muerte de un activista).
En ese momento solo la emulación de una escena del mural de Siqueiros “del porfirismo a la revolución” me vino a la mente, y salió disparada sin autocrítica sobre el boceto del mural que estoy realizando junto a militantes del E.D.E. en Parque Patricios, tras la asesinato de Mariano Ferreyra. Mural que solo pretendía ser un homenaje a la cultura de la zona sur de la ciudad, pero que tuvimos que dejar un testimonio de lo acontecido.
Solo lo concreto, lo evidente, lo contundente de la imagen logra ese diálogo inequívoco con el espectador. Estas situaciones son coyunturales o extremas (como la muerte de un activista).
En ese momento solo la emulación de una escena del mural de Siqueiros “del porfirismo a la revolución” me vino a la mente, y salió disparada sin autocrítica sobre el boceto del mural que estoy realizando junto a militantes del E.D.E. en Parque Patricios, tras la asesinato de Mariano Ferreyra. Mural que solo pretendía ser un homenaje a la cultura de la zona sur de la ciudad, pero que tuvimos que dejar un testimonio de lo acontecido.
Cauduro me enseñó que no existe la poética en la tortura ni en la muerte de un inocente, que no hay una metáfora de la muerte que pueda suavizar su horrorosa verdad.
La semana que viene estaré frente ante otra oportunidad de opinar, y esta vez sobre la “minería a cielo abierto”, el que calla otorga.
Como muralista aprendo, como latinoamericano vivo, como militante pinto.
M.C.