Reproduzco estas dos crónicas que las hago argentinas, latinoamericanas.
El arribo a Zacacuautla, Hidalgo, a unos 180 km. de la ciudad de México, cerca de Tulancingo, el sábado 14 de noviembre, fue abrumador: Filiberta y Benita expresan una enorme congoja, un estado de desasosiego e inquietud profunda: el maravilloso bosque que provee de frescura y murmullos, que abriga a aves y especies de la región y que es el sustento primordial de agua del pueblo está siendo arrasado. Cedros blancos, milenarias meliáceas de hasta 30 metros de altura, madera con tonos rojizos y muy aromática, son talados sin misericordia y con la complicidad del Estado y Semarnat hidalguenses. En palabras llanas: mientras que para los taladores el asunto de las meliáceas es lucrativo negocio para las y los zacacuatlanos es sobrevivencia. ¿Cómo testimoniar el inminente desastre, la desesperación, lo que parece inevitable?
Ya esperaban a los del DF: Maritere y Conchita, reportera e investigadora social, respectivamente, Fernando, ingeniero, y yo, profesor-investigador de la universidad; acompañados por los pobladores nos dirigimos al bosque, unos trescientos metros de la comunidad, con todo el miedo a cuestas pues los taladores no se dan respiro y es factible el encuentro. Caminamos por un sendero casi seco pero aún con lodo y humus que provocaron las intensas lluvias. Percibimos el frescor que despide el monte y llegamos al espacio que ha sido sentenciado: árboles de 100, 150 y hasta 200 años que han permanecido cual guardianes de varias generaciones, colosos que aún se muestran erguidos y otros que han sido derribados. Fuimos testigas(os) del desastre: gigantes caídos, astillas y leña diseminados, tocones mostrando sus entrañas, círculos de una vida ya segada. Y luego escuchamos el ronroneo penoso de un transporte. “Corran, corran, tal vez podamos alcanzar a los taladores” Y corrimos tras las huellas de un trascabo que de seguro había ayudado al pesado camión con su carga milenaria.
“Ahí está el camión”, alguien gritó. En efecto, en un camión de tres y media toneladas yacían unos treinta hermosos cedros blancos ya convertidos en troncos: la vida transformada en muerte. Nos presentamos ante unos asombrados talamontes y ese impacto inicial favoreció nuestros fines. “Soy el ingeniero Fernando N. y vengo de la Semarnat federal. Han llegado noticias al DF sobre irregularidades en este bosque y estamos realizando una inspección. Este problema deja de ser local y se asume como federal”. Por mi parte, señalé que mi Universidad estaba muy preocupada por el deterioro ecológico y tenía encomendada una valoración de los daños al bosque. El ingeniero midió y contó los troncos y tomó nota de las circunstancias. Yo empecé a tomar fotos del lugar: del camión con los troncos, de frente y a los costados, tomas panorámicas y específicas del bosque, de los taladores en su discusión con mis acompañantes. Esto enfureció a estos individuos que levantaron la voz y empezaron a amenazar al de la cámara pues no iban a permitir más fotos. Todavía tomé a un tipo que empezó a mover el trascabo y esto los enfureció más. Ante clima por demás amenazante, Filiberta y Benita dieron por concluida la inspección y fue el momento de retirarnos.
Nos agrupamos y regresamos a la parte inicial del bosque para hacer una valoración de un milenario y querido cedro que ahora permanecía derribado no por las hachas de los antiguos leñadores, tema de cuentos y fábulas infantiles, sino por modernas motosierras con silenciadores; sofisticada carnicería que aplaca el ruido del corte y solo se escucha el estruendo de la caída. Todo ello para que la población no acuda a defender su bosque como aconteció el pasado martes 10 de noviembre: habían percibido movimientos fuera de lo común, variados estruendos, ruido de transportes. Las mujeres se organizaron y se hicieron presentes en el escenario boscoso: unos ocho o nueve individuos, algunos con motosierras, procedían a la fría, calculada e implacable labor del derribo de los añosos cedros. ¿Qué pasó por la mente de estas mujeres entre las cuales se encontraba doña Teófila de 93 años? ¿Cuál fue el grado de impotencia, desesperación y angustia ante el aniquilamiento de su querido bosque? Filiberta, Benita, Maura, doña Teófila, se abrazaron a uno de estos cedros para impedir su aniquilamiento y ello provocó la furia y maledicencia de la canalla: ¡Pinches viejas les vamos a cortar las patas! ¡Mejor la cabeza para que se les quite!
Las mujeres todavía recuerdan el zumbido mortal, cual abejorro gigante, de la motosierra recorriendo sus pies y sacando astillas del árbol, también el grotesco ademán del ¿individuo? al impulsar el disco dentado cerca de sus cabezas. El dramático relato de las mujeres consigna el rezo, las plegarias de doña Teófila abrazada a su querido árbol: “Glorifica mi alma, Señor, y mi espíritu se llena de gozo al contemplar mi salvador; porque el Señor ha puesto su mira en esta humilde sierva…” Y después de La Magnífica orar Los Quince minutos: “No es preciso, hija mía, que vengas al templo”. Filiberta recuerda, en los momentos de mayor tensión, la presencia de un grupo de militares que provocó la huida de los taladores y la amonestación hacia ellas por no estar en sus casas. En nuestra visita, atestiguamos las huellas de la motosierra en la parte baja del árbol, cual muesca o señal macabra de lo acontecido. Hoy, miércoles 18 de noviembre, no sabemos si el árbol defendido sigue en pie.
Entre el relato y la valoración de los daños, los talamontes se acercaron en forma amenazante. Uno de ellos, cual reto, nos empezó a tomar fotos en represalia por el agravio hecho. “Ahora sí, cabrones, los tenemos en la mira, todos serán fotografiados”. Uno de ellos sujetó por la espalda a Fernando y gritó: “Queremos unas fotos del ingeniero”. Mientras Fernando trataba de sacarse al individuo otro se acercó en grandes zancadas y tiró un golpe que Fernando logró esquivar. Maritere se acercó con su celular y uno de los talamontes se lo arrebató. Con una gran autoridad, ella manifestó que ese celular pertenecía a su diario y fue tras el agresor. Por fortuna, uno de estos individuos se lo regresó. De nueva cuenta, prevaleció la cordura de nuestras acompañantes y caminamos hacia el sendero que conduce al pueblo.
En Zacacuautla y ya en la calma de la casa de Filiberta, nos enteramos que los agresores pertenecen a la afamada, por sus fechorías, banda de los negros: traficantes, violadores, ladrones y, en sus diversificados oficios, hoy como talamontes. No nos fue tan mal, regresamos al DF. El problema: la población sigue en vilo y una resistencia firme de las mujeres y de sus hombres. Ellas y ellos siguen luchando por la vida frente a la fría maquinaria de la muerte. La lucha por el bosque y los recursos naturales es una lucha por nuestra vida, la de todos los mexicanos. Mientras nos alcemos de hombros, permanezcamos indiferentes y con la apatía que propicia el sistema, la vida de mujeres y hombres y la de su bosque están en el filo de la navaja, o de la motosierra.
LA REVOLUCION TALADA
Alberto Híjar
La Revolución Mexicana prueba su extinción en los pueblos y comunidades donde la premodernidad auspiciada por caciques ya no de horca y cuchillo sino de metralleta, celular y motosierra con silenciador, son cómplices protegidos por todos los funcionarios del Estado. Así ha sido desde la Conquista cuando Cortés y sus capitanes descubrieron el odio acumulado contra los aztecas para motivar a decenas de dirigentes a sumarse contra los déspotas de Tenochtitlán. Desde entonces y hasta ahora, los caciques son la retaguardia del Estado para proteger los despojos y contratos. Sólo con los movimientos de autodefensa popular ha sido posible vencer, aunque sea temporalmente, las estructuras del Estado irremediablemente antipopular. El ejemplo más actual es el del Ejército Libertador del Sur de Zapata con la Comuna de Morelos como autogestión comunitaria semejante a las Juntas de Buen Gobierno y los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas de Chiapas.
En Zacacuautla, apenas a unas dos horas y media del D.F., a media hora de Tulancingo, donde arrancan los bosques de la Sierra Madre en la frontera de Hidalgo con Puebla, la contrarrevolución ha triunfado gracias a todos los poderes locales y federales coludidos para proteger a un extraño personaje con poder invencible. Pedro Canales no es multimillonario ni poseedor de grandes fábricas o haciendas; tampoco aspira a diputaciones o presidencias municipales y sus dos hermanos recién regresados de Estados Unidos con un buen capitalito invertirán en el puerco negocio de la tala ilegal. Con un título de propiedad evidentemente falso por estar manuscrito con bolígrafo en 1939 con la cesión de derechos de quien estaba muerto para beneficiar a un mozalbete de 16 años, Pedro Canales se vale de su hermana Margarita quien ha dejado de ser la costurera del pueblo aunque sus hermanas seguían vendiendo quesos en la plaza hasta que las señoras honradas las echaron. Han conseguido no sólo una ilegal licencia de aprovechamiento de SEMARNAT y la protección permanente de dos patrullas armadas de la policía municipal vigilantes de la brutal tala, todo con la violación del acuerdo realizado frente al Secretario de Gobierno, el Presidente Municipal de Acaxochitlán, la representante de SEMARNAT y la Delegación de Zacacuautla para no afectar el bosque hasta que no se aclaren los títulos de propiedad y se tenga el dictamen técnico sobre el manantial. En agravio de la Revolución Mexicana, más de cien añosos árboles han sido derribados hasta el 20 de noviembre.
Con la prudencia propia de una buena Delegación, se ha decidido no acudir al monte, sobre todo después de la violencia de Los Negros, sicarios de los Canales, contra los investigadores universitarios y las periodistas que acudieron a atestiguar la devastación el 14 de noviembre. El ejército llegó y para sorpresa de los defensores del monte y el agua, fueron cercados, cacheados y expulsados y con dificultad recuperaron sus cámaras y grabadoras. Ante esto, mejor ni acercarse sino al menos colgar en el kiosco y la oficina de la Delegación las mantas de solidaridad de las organizaciones que ya difunden al mundo la explicación de porqué México es uno de los países con mayor deforestación en el mundo. Las cartulinas denunciantes pegadas por los ciudadanos en las paredes de la Delegación, son arrancadas y destruidas por Los Negros. Algunas solidaridades son lentas e improbables como la de la Universidad de Chapingo cuyo experto fue, midió y prometió dar seguimiento para después de un año pedir otra carta al rector con copia al director adecuado y contribuir así a dar largas en beneficio de los criminales. Los diputados locales también han prometido un punto de acuerdo para declarar área protegida al bosque irremediablemente arrasado. Por su parte, la Comisión de Derechos Humanos entregó a la Delegación el 19 de noviembre, el grueso expediente que transcribe actas y declaraciones para concluir en los procesos en marcha contra cinco defensores del monte a lo que agrega la amenaza de que los policías secuestradores de los Delegados para conducirlos a la cárcel de Tulancingo, se reservan el derecho de demandar a sus víctimas.
Cómo no va a ser asombroso que doña Benita, la excelente cronista versificadora de lo que va pasando, esté acusada con todo y sus 75 años a cuestas y su único riñón enfermo, de daño en propiedad ajena porque dicen y confirman los tres borrachines contratados como testigos, cortó en horas de la mañana centeneras de metros de alambres de púas y destruyó sus postes, de lo que también son acusados otros cuatro. Pero ahí está lo asombroso: Pedro y Margarita Canales cuentan con funcionarios de todos los niveles contra la Delegación y pueblo indignado que la apoya. La más reciente y quizá última entrevista con el Secretario de Gobierno concluyó con un telefonema enfrente de todos a Pedro Canales: “¿qué pasó Pedrito?, quedamos en que respetarías el acuerdo… ya ni friegas…jajaja, nos vemos”.
La Revolución Mexicana nunca llegó a Zacacuautla. Cuando regresamos al D.F. el sábado 21 vimos en el caserío de San Pedro, al pie del entronque con la carretera Tuxpan-Poza Rica en la desviación a Zacacuautla, cómo Los Negros celebraban su hazaña en su guarida al lado de dos grandes plataformas motorizadas con tres montones de gruesos troncos apilados en tres niveles a la vista de todos. La licencia de liberación de su carga permite su tránsito al aserradero tan clandestino que está a la vista de todos. No quedó ni un solo ayacahuite, la fauna y la flora ha desaparecido, los cedros blancos, los encinos y los robles están tan seriamente lastimados como el manantial porque los derribos se hicieron sin precaución alguna para afectar a decenas de árboles amenazados. Las abejas ya no encuentran sus colmenas ni los pájaros carpinteros sus alacenas donde conservaban sus alimentos. Armadillos, tlacuaches y camaleones corren sin encontrar sus refugios tan asustados como las mujeres que solían recoger leña y hongos gozando de las madrugadas gélidas. ¿Viva la Revolución Mexicana? está tan muerta como el monte de Zacacuautla.
24 noviembre 2009