Tuve el orgullo y privilegio de conocerlo en México, en el ’97. Aquí les dejo el pensamiento de un guerrero, otro “necio” que se murió como vivió, dignamente.
Ponencia presentada por el muralista boliviano WALTER SOLON ROMERO (1923-1999)
en la PRIMERA JORNADA MUNDIAL DE ARTE PUBLICO - MEXICO – TLAXCALA-1997
LA CONCIENCIA SOCIAL DEL MURALISMO.
Vengo del Ande, de un país que sobrevive enclavado en la montaña, en el corazón de la América del Sur. Ya son más de cincuenta años que práctico este oficio de dialogar con el pueblo a través de muros recubiertos de imágenes. Al finalizar un milenio, después de una conquista que trasciende los 500 años y que es la fuente del mensaje gráfico que dejo sobre nuestro pasado, presente y futuro, me permito resumir en estas líneas algunas experiencias y opiniones que he forjado en este oficio de pintor.
El muralismo y el arte público están en crisis, cada vez somos menos los pintores muralistas y cada vez son más los muros anodinos que no dicen nada.
¿Por qué está al borde de la desaparición el muralismo y el arte público? ¿Qué podemos hacer frente a esta realidad? Estas son las cuestiones que nos preocupan a los muralistas que nos hicimos al calor de la insurgencia latinoamericana.
Pero antes de analizar esta problemática es necesario clarificar algunos términos: ¿Qué es el muralismo ?, ¿de que estamos hablando ?, ¿simplemente de grandes pinturas adheridas a un muro o estamos hablando de un poderoso instrumento de concientización colectiva?
Por un lado, el muralismo es una tarea que exige un profundo conocimiento de oficio, es al mismo tiempo arte y artesanía en las diferentes técnicas que emplea para construir sus imágenes. El muralismo no es echar un balde de pintura sobre un muro blanco. Aun en sus expresiones más abstractas, el muralismo es un oficio que exige un estudio y un manejo metódico de las diferentes técnicas, procesos y materiales que emplea.
De otra parte, el muralismo es una empresa económica por el trabajo, el tiempo y los recursos que consume para su realización. Esta es la razón por la que en general el muralismo es un arte que se hace por encargo, a pedido en especial de las instancias públicas y en algunos casos privadas. En la mayoría de los casos el muralista pinta murales cuando se lo piden, cuando le garantizan su empresa económica que consume meses y hasta años. Este es uno de los aspectos más críticos y conflictivos del muralismo. ¿En qué medida las instituciones públicas y privadas están hoy dispuestas a financiar esta expresión artística? Y en caso de hacerlo, ¿qué clase de “pintura mural” desean promover?
Esto nos lleva al tercer componente y para mí el más importante de la pintura mural: su carácter concientizador a nivel social. El muralismo, el más antiguo en la expresión del hombre, siempre buscó dialogar y conversar reteniendo pasajes históricos, relatando fábulas y leyendas, reviviendo hechos y fantasías para cuestionar y confrontar nuestros pensamientos y nuestros sentidos.
Estoy convencido que la principal función del muralismo no es decorativa sino comunicacional. El principal objetivo de un muralista es hacer hablar a las paredes para promover factores de comprensión y de cambio. Para ello el muralista investiga, estudia, crea y recrea la realidad histórica y social, empleando imágenes y símbolos accesibles al público, al hombre de la calle. El muralista no piensa fundamentalmente en sí mismo cuando realiza su obra de arte, sino en los demás, en los otros, en las multitudes a las cuales está destinado su mensaje.
En nuestros días, muchas veces lo que queremos comunicar en imágenes no se ajusta a los intereses de las instituciones que financian los murales, por eso prefieren dejar los muros en blanco, o decorar con enormes cromos fotográficos, o recurrir al onanismo de un artista que se presta a jugar con elementos plásticos y engendrar un mural inexpresivo.
Si de adornar rascacielos se trata hay medios más económicos y menos conflictivos que el muralismo. Por eso son cada vez menos los murales que se realizan en nuestro tiempo.
El muralismo es una disciplina que tiene muy pocos adeptos en las escuelas de arte, en parte porque nuestros jóvenes estudiantes de arte absorbidos por un mercado de consumo, prefieren el fácil acceso a la celebridad con el espaldarazo de una crítica interesada, al servicio de una prensa casi siempre controlada por quienes actualmente lo manejan todo y determinan lo que les parece conveniente.
¿Y qué decir de los profesionales de la cultura que afirman que el muralismo y el arte público en general es siempre político, y que no debe ser tomado en cuenta en los eventos de artes visuales? Al extremo de negar su existencia en países como el mío donde hace cincuenta años está vigente y se lo ignora deliberadamente manteniendo cerrados los edificios donde fueron pintados.
Se nos dirá también que esta disciplina ya no se adecua al mundo actual en el que vivimos; que la felicidad lograda por unos pocos merece un mensaje festivo, sin contenido alguno, inocuo, simplemente decorativo para una minoría que sólo pretende acceder a los dictados de la moda y a los marchands de las galerías o al juicio de una crítica interesada.
¿Para qué conflictuarse, dirán, con imágenes de nuestra realidad en cuadros y murales, si las mismas vivientes y reales ya decoran nuestras calles y plazas? Los más despistados podrán afirmar que el momento actual ya no tiene por qué recurrir al muralismo, menos al arte público, a no ser que no diga nada, porque el mundo políticamente está cambiando y los problemas sociales están en vías de ser superados haciendo perder su razón de ser al muralismo tal como lo conocemos.
Olvidan o tratan de ocultar que ingresamos a un nuevo milenio con el problema universal más grande de la humanidad: la expansión del hambre y la miseria que acentúan una injusta distribución de la felicidad.
Un muralista enfrenta un dilema: ser fiel a su vocación y conciencia o sucumbir a las presiones del sistema.
La Pintura Mural como una de las disciplinas de un arte público masivo es, a no dudarlo, una tarea que exige posición, entrega total a un propósito comunicacional frente a los cambios de nuestra sociedad.
No es fácil andar esparciendo imágenes en muros y paneles. Las vicisitudes del muralismo y del arte público en general, suponen siempre un desafío a la adversidad y la denuncia de la falacia institucionalizada constituye siempre un peligro.
Ayer en mi país fueron intereses de seguridad del Estado, impuestos desde fuera, los que nos impidieron denunciar la injusticia y soportar la cárcel y exilio durante las negras dictaduras. Hoy es el ajuste estructural el que pretende comprar conciencias por un pedazo de pan. Muchos artistas de América del Sur, nos conocimos en el exilio: escritores, músicos, pintores, cineastas, canta autores, compartimos esta dolorosa experiencia que al final nos sirvió para unirnos y crear una conciencia que hoy nos fortalece. Las presiones y persecuciones contra los muralistas siempre existieron y no veo por qué ahora no se puedan enfrentar y sobrellevar como en el pasado. Nadie, sin renunciar a la propia libertad creadora, se someterá a los innumerables condicionamientos de quienes controlan el qué y el cómo decir de esta realidad en que vivimos.
Pero, el problema mas conflictivo que soporta hoy en día el artista y el muralista de nuestros tiempos no es tanto externo sino interno a su persona: la desilusión y el desengaño que dan paso al pragmatismo, la falta de confianza en su mensaje, la perdida de utopías... En otras palabras, el muralismo está en crisis porque los muralistas están perdiendo la fe.
Podemos entender por qué muchos abandonan sus antiguos ideales, podemos explicar por qué la resignación se antepone a las utopías, podemos comprender muchas cosas, pero nunca las podremos justificar.
Los muralistas, y el arte público en general, tenemos mucho que decir sobre esta realidad. Los pueblos, las etnias de mi país, como las nubes en el cielo desaparecen o emigran a las ciudades para sobrevivir en zonas marginales. Quienes amasaron la piedra para esculpir Tihuanacu, Samaipata o Machupichu, sólo están presentes en lo que hicieron hace siglos.
El plan globalizador impuesto desde arriba, ha creado sombras en la mitad de esta esfera que gira en un solo sentido al ritmo egoísta de muy pocos. La tierra no es de quién la trabaja, el aire ha enceguecido a las estrellas; en el agua de los ríos y los lagos ya no respiran los peces; los árboles ya no guardan los nidos de los pájaros; en los bosques sólo quedan raíces que nunca darán frutos. Preguntémonos ¿por qué? y tendremos la respuesta: pocos, muy pocos se beneficiaron a través del avance tecnológico con la extracción de riquezas, el progreso se olvidó del hombre y su entorno.
Hay mucho que decir, hay demasiadas injusticias que denunciar, innumerables atropellos que combatir. No podemos callar y desafiar la adversidad con las manos cruzadas frente a un mundo que se devora a sí mismo. No podemos esperar a que se aclaren nuestros paradigmas mientras decenas de miles de hombres y mujeres enfrentan el avance de un modelo que deja desolación a su paso.
El arte - sea música, literatura, canto, artes gráficas o muralismo - tienen su impacto directo para platicar con el pueblo cuando éste se siente acosado por la injusticia.
El muralista tiene un compromiso con la historia para evitar que la memoria popular sea sólo ceniza del pasado. Pintamos para que no se olvide, para encender la llama del recuerdo, para refrescar la conciencia de los jóvenes que no vivieron el pasado inmediato, para cuestionar las mentiras de los testaferros del presente que hacen pasar a los tiranos del ayer por las grandes figuras de nuestros tiempos.
La verdad no es un mito, es la sombra de los actos en la historia y es la causa por la que pintamos en las paredes el retrato de los pueblos.
Pero la conciencia social del muralismo no está sólo en su capacidad de denunciar los atropellos del presente y en reafirmar la historia por encima de la impunidad. La conciencia social del muralismo también está en su capacidad de soñar, de imaginarse un mundo distinto, de pensar una nueva realidad.
Si los muralistas no asumimos nuestro compromiso con el mañana, si renunciamos a nuestra obligación de generar utopías, entonces habremos condenado al muralismo a su muerte. En estos momentos de desconcierto ideológico, de confusión política, se requiere más que nunca de la capacidad visionaria del artista. No podemos permitir que nuestros sueños desaparezcan a la hora de despertar. Si hemos perdido la fe en los mitos del pasado, entonces construyamos nuevos sueños.
Todos hemos visto a este mundo rodar por el despeñadero de la historia: guerras, revoluciones, frustraciones, victorias, derrotas... ¡Todos tenemos experiencias para recrear la utopía de la humanidad! Este es nuestro desafío como muralistas.
No niego ni olvido las adversidades y limitaciones que debemos enfrentar y que he mencionado en esta ponencia, pero estoy convencido que la crisis del muralismo es la crisis de un compromiso.
Este compromiso debemos reconstruirlo y para ello no son suficientes las palabras. Es necesario discutir y aprobar resoluciones concretas en esta Primera Jornada Mundial de Arte Público y Muralismo. Medidas que empiecen por el impulso a la pintura mural en las escuelas de arte. Concientizando y forjando al estudiante en el duro y comprometido camino del oficio, la técnica, y la artesanía del muralismo. El arte es paciencia y en especial lo es la pintura mural. Sin esfuerzo y perseverancia no se realiza ningún mural. Es esa paciencia y constancia la que debemos inculcar a nuestros estudiantes.
El contacto con el pueblo debe realizarse de manera permanente en las escuelas de arte para que nuestros jóvenes artistas se adentren en el alma del pueblo, que es el espíritu del muralismo.
Hay que hacer que el muralismo adquiera carta de ciudadanía en los concursos, bienales y salones de Artes Plásticas, promoviendo el boceto y el proyecto como base de la pintura mural.
A nivel técnico debemos explorar y desarrollar algunas alternativas para promover el muralismo apelando a los paneles transportables y a las artes gráficas que nos permiten obtener reproducciones de grandes dimensiones.
Debemos propender a una integración de las Artes Plásticas para que el creador arquitectónico destine espacios para la escultura y paredes para la pintura mural, evitando que siempre tenga que pintarse en edificios ya construidos sin proyecciones visuales.
Tenemos que establecer en nuestros países contactos conducentes a la creación de un frente destinado a la producción de un arte público a través de un movimiento de concientización que incluya a artistas, escritores, sindicalistas e intelectuales que no están dispuestos a sucumbir ante la injusticia y la corrupción, que buscan defender este mundo de la destrucción de unos pocos, y promover la aspiración colectiva de la consecución de un mundo mejor para todos.
Por último, a nivel mundial debemos promover el intercambio de experiencias y la coordinación de actividades conducentes a fortalecer la conciencia social del muralismo.